lunes, 28 de noviembre de 2011

Domingos


Como cada domingo, despedimos en la playa a los barcos que salen del puerto. Yo paseo por la orilla, meto los pies en el agua y juego a bailar con la espuma. Los niños saltan y se rebozan en la arena. 
Cuando sale un barco nos juntamos los tres en el lugar donde las olas toman el camino de vuelta, y agitamos fuerte los brazos hacia los lados. Depende de la época del año que haya gente en cubierta y que nos devuelvan el saludo. En otoño siempre nos contestan, excepto cuando llueve. Bajo nuestro paraguas transparente saludamos hacia arriba a las gotas que chocan contra el plástico. Los barcos callan.

viernes, 25 de noviembre de 2011

El fin


Antes de separar la mano de la cara recién golpeada de su mujer sonó el teléfono. Entonces le atenazó el miedo, se había jurado a sí mismo no hacerlo más. Y no por falta de ganas, ella le provocaba continuamente, y se tenía que encerrar en el cuarto oscuro, allí contaba hasta diez, veinte, treinta, hasta que la ira pasaba. Todas las semanas acudía sin falta a las reuniones de maltratadores anónimos ¿qué más podía hacer?.
Descolgó el auricular, aterrorizado.
—Te hemos visto, estábamos esperando el momento, y lo sabías ¡Qué tontos sois! —dijo una voz tranquila al otro lado.
Dejó todo y salió por la puerta, bajó los escalones de dos en dos, de cuatro en cuatro. Al llegar a la calle le sorprendió el chorro de gasolina sobre su cuerpo y el sonido de una cerilla, luego nada más que dolor y asfixia, y sus propios gritos que llenaban todo el espacio. Los vecinos miraban absortos el espectáculo desde sus ventanas, en silencio, algunos temblando.
—Las nuevas políticas contra la violencia de género funcionan mejor que nunca —dijo la Ministra en el telediario mientras aparecían las imágenes del sacrificio público —en el último año hemos contabilizado dos insultos y tres bofetadas.
—Uno menos —dijo la mujer mientras apagaba el televisor.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Conociéndome en Triple C



Si de verdad quieren saber quién es Ana Vidal, sólo tienen que asomarse a la fotografía de su blog. Mírenla bien. Sonrisa, sonrisa, sonrisa, detrás de unas gafas que enmarcan la vitalidad de su dueña. Menuda, pizpireta, captando cada momento, cada ruido, cada vuelo de falda que pase por su lado. Siempre dispuesta a nuevos retos, a arrastrarte en una quedada que puede estar planificada con meses de antelación, o de hoy para mañana. Y vas. Arrastra esta mujer, arrolla como el tren de las cinco, desbocado, que te pasa por encima dejándote unas cosquillas.
Si ustedes, después de todo lo dicho, desean conocerla, vayan preparados porque en cualquier momento prende la mecha y es toda dinamita. Y a todo esto sin perder su sempiterna sonrisa. Vida en estado puro, esta Anita.

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En la Cofradía de Cuento Corto hemos jugado a conocernos y descubrirnos, como en el amigo invisible el juego era escribir sobre una de las personas que nos tocara por sorteo. 
A mi me escribió Lola Sanabria, como un personaje de sus relatos. Yo diría que fui tocada por su duende. 
¡Gracias Lola, amiga!

Yo escribí sobre Fernando Vicente, si queréis leerlo tenéis que ir a donde sobran palabras: Depropio

sábado, 19 de noviembre de 2011

El anuncio



—Señor policía, aquí hay un error que me gustaría aclarar.
—Don Pedro, hablará usted cuando le tome declaración, de momento solo tengo que apuntar sus datos y los de la señora… ah, si, Dolores —dijo mientras seguía escribiendo los datos de ambos ancianos—. A ver, ustedes se conocieron por un anuncio que puso don Pedro Antúnez en el periódico ¿cierto?
—Si —contestaron a dúo, don Pedro, cabizbajo y Dolores, con una amplia sonrisa de satisfacción. Dolores acercó un papel a la mesa de policía— Aquí tiene el anuncio.
—Entonces —preguntó el policía, mientras leía el trozo de periódico —Usted, don Pedro decía en el anuncio que quería bailar, sexo consentido y hasta viajar, posiblemente, claro —dijo esto con retintín—. Sin embargo, cuando Dolores quiso practicar sexo, usted se negó en todas las ocasiones ¿no le parecía que el sexo era suficientemente consentido? —señaló con el mismo soniquete que antes.
—¡Ya estoy harto de que se rían de mi! Cuando yo decía sexo consentido me refería a que yo lo consintiera, y por eso mismo lo maticé así en el anuncio. Verá, le explico. He puesto otros anuncios, y en cuanto leen lo de bailar, inmediatamente las mujeres piensan en sexo. Y yo ya no estoy para esos trotes, ni ganas que tengo. Por eso maticé consentido ¡por que quien lo tenía que consentir era yo, sobre todo! ¡ellas siempre quieren! ¡y a mi lo que me gusta es bailar!
Dolores ahora miraba decaída mientras don Pedro apretaba los puños encima de la mesa y el policía trataba de contener la risa, medio agachado tras unos papeles que simulaba revisar sobre el caso. Consiguió retomar la palabra después de unos cuantos carraspeos.
—Entonces, don Pedro ¿quiere usted ratificarse en la denuncia por abuso sexual, por los tocamientos que llevó a cabo doña Dolores? —tuvo que carraspear otra vez para que no saliera la carcajada que se le había atragantado.
—Déjelo, da igual, esto no tiene sentido.
Dicho esto, don Pedro se levantó despacio de la silla y salió del despacho, detrás fue Dolores, mucho más pequeña que aquel hombre alto y robusto cuyo cuerpo empezaba a doblarse. El policía se quedó en su despacho, mirando alejarse a la extraña pareja.
—La vida nunca dejará de sorprenderme.


Escrito para la propuesta del Foro Brevedades "Microrrelato a partir de anuncio clasificado"

viernes, 11 de noviembre de 2011

El mejor concurso


El mejor concurso de microrrelatos jamás conocido tiene su origen y destino en la Amazonía, concretamente en la tribu de los Shuar. En una de las últimas expediciones llevadas a cabo sobre la zona, se ha encontrado una guillotina francesa del siglo XVIII con las bases del concurso escritas a navaja en el pie del mortífero instrumento.
El concurso consiste en recitar el mejor microrrelato posible tras el corte de cabeza efectuado por la guillotina. Al mismo solo será posible presentarse una vez en la vida, y habrá que tener cuidado de no quedarse en blanco en el último momento, por lo que se considera vital la buena preparación de los candidatos.
El premio es nada menos que la reducción de la cabeza del ganador hasta tamaños inimaginables, acorde con el tamaño del texto recitado y su posterior exposición junto con el microrrelato, escrito en papel de seda.
Dada la gran acogida del concurso, se realiza una ronda semanal, una final mensual y una gran final anual.
El ganador de la pasada edición fue Jon Satrústegui, insigne expedicionario vasco de pocas palabras.


Gracias a Agustín Martínez Valderrama y a Alberto Corujo por prestarme la inspiración.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Relatos Fanzine Ruido La Palma


Estos son los relatos que se van a publicar en:


Y quedará la nada - Lola Sanabria - 16 puntos
Rosa, la de los vientos - Sara Nieto - 13 puntos
Aprendizaje infantil - Mar González (Puck) - 11 puntos
Limpieza de verano - Marina de la Fuente (Acuática) - 11 puntos
Dentro - Ana Vidal - 6 puntos
Olores - Kum* - 5 puntos
Tomar el sol - Purificación Menaya - 4 puntos
La eternidad atrapada en un instante - Mª José Abia - 3 puntos

Gracias por vuestra participación... a quienes lo habéis intentado ¡había que elegir 8! 


Y quedará la nada
Mi instinto dice que tu perfume ya no es verde; que la mermelada no es música para camaleones; que el néctar dulce del bodoque no existe; que el canto del jilguero nunca más será terciopelo. Mi instinto dice que la soberbia me llevó por caminos equivocados y la ceguera a regresar a un hogar sin chimenea encendida, sin lavanda, sin tu tarareo, sin el quejido chico de la aguja al horadar la tela tensada del bastidor. Mi instinto dice, en fin, que cuando hoy vuelva, desapareceré, como tú, entre las paredes de nuestra casa.

Rosa, la de los vientos
Ella sabrá lo que hace. Vino vendiendo vientos de colores. Dice que los azules traen nostalgia, los rojos pasión y los amarillos armonía. Yo le digo que no. Que así no saldrá nunca. El doctor ayer la volvió a evaluar y dijo que no progresaba. Le incrementó la dosis. Ahora está en el jardín. La miro de lejos, no quiero que me relacionen con ella. Yo quiero irme y sé que los vientos amarillos no traen armonía, sino discordia. Pero en algo tiene razón: los verdes traen paz. Hoy le compré uno y corre una brisa que acaricia el alma.

Aprendizaje infantil
Aprendió por las malas que no se meten los dedos en los enchufes, que no se comen las galletas recién sacadas del horno y que no se besa a las niñas. Todavía le duele el tortazo que le dio Lucía.

Limpieza de verano
Te eché de casa hace días. Desde entonces he donado tu ropa y he tirado a la basura tu taza del café y tu cepillo de dientes. También me he desecho de tu colección de música. Esta mañana, además de quitar tu nombre del buzón, he terminado de arrancar de mis álbumes de fotos todas las instantáneas en las que apareces.
No quedan indicios de que hayas existido nunca en mi vida y sin embargo esta parte de la almohada sigue oliendo a ti.

Dentro
No fue la humedad que vi por toda la casa, ni el olor de las nubes densas y grises. Tampoco fue al saborear el repiqueteo de las millones de gotas sobre el suelo del salón, ni siquiera escuchar el chocolate que humeaba en la taza. Fue cuando sentí la tierra mojada limpiar mi piel, entonces supe que lloví.

Olores
De los siete sentidos conocidos, era el olfato el que más le conectaba con sus recuerdos. Los olores le habían llevado siempre, de forma inmediata y fotográfica, a momentos concretos de su corta vida, rescatando así sucesos y aconteceres del comején del olvido. Aquella tarde olía a tierra húmeda, a quietud, a soledad. Allí, con su traje de marinero, tumbadito en su ataúd, se acordó de aquel frío miércoles de octubre en que enterraron a su abuelo.

Tomar el sol
Después de un baño en el mar. 
Tumbarte sobre la toalla. 
Con la respiración levemente agitada por el esfuerzo de nadar. 
Escuchando las olas que rompen en la orilla. 
La arena pegada en tus pies mojados, en tus piernas, en los dedos de tus manos. 
El sol calienta tu cuerpo con una caricia, lamiendo las gotas, sediento de agua de mar…
El sol inundando tus ojos cerrados, una fuerza amarilla y ardiente.
El frescor y el calor. Simultáneos.
El sol que te muerde.
Pronto sólo queda el calor.
Por eso vuelves a fundirte con tus dos amantes: sol y mar.
Purificación Menaya


La eternidad atrapada en un instante
No pude resistirme a aquellos ojos tristes de mirada serena traspasando los míos. Sentí su voz de terciopelo acariciar mi corazón y no supe qué decir, tan sólo aspiré el suave perfume que exhalaba su cuerpo inundando el aire de primavera. Llevo ese aroma tatuado en la piel, grabado en la memoria, incrustado en el alma. Aún conservo el sabor de aquellos labios sedientos que bebieron toda la lluvia de una noche de otoño en mi regazo.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Votaciones Relatos Fanzine Ruido

El sistema de votaciones es el siguiente:
Quienes han participado tienen que votar, puntúan tres relatos con 3, 2 y 1 puntos en la dirección de mail donde lo enviaron: 
Si no votan, su relato deja de participar.
Suerte!!!

Esencias
A veces despierto en otro mundo. 
Ignoro qué debe ocurrirme durante el sueño para que esto suceda, pero sólo tengo que salir a la calle para corroborarlo. 
Si entro al CAP y veo una versión más joven de mi abuela materna, sentada, esperando su turno, sé que estoy "ahí".
Si paseo por la calle, permitiendo que otras personas se crucen en mi camino, el rastro de olor que desprenden sus cuerpos es casi físico; algunos emanan un olor agradable y tranquilizador y otros... caminan envueltos en olores oscuros y pesados.
Tú también estás allí.
Yo no me he encontrado todavía.

Olores
De los siete sentidos conocidos, era el olfato el que más le conectaba con sus recuerdos. Los olores le habían llevado siempre, de forma inmediata y fotográfica, a momentos concretos de su corta vida, rescatando así sucesos y aconteceres del comején del olvido. Aquella tarde olía a tierra húmeda, a quietud, a soledad. Allí, vestido con su traje de marinero, tumbadito en su ataúd, se acordó de aquel frío miércoles de octubre en que enterraron a su abuelo.

La eternidad atrapada en un instante
No pude resistirme a aquellos ojos tristes de mirada serena traspasando los míos. Sentí su voz de terciopelo acariciar mi corazón y no supe qué decir, tan sólo aspiré el suave perfume que exhalaba su cuerpo inundando el aire de primavera. Llevo ese aroma tatuado en la piel, grabado en la memoria, incrustado en el alma. Aún conservo el sabor de aquellos labios sedientos que bebieron toda la lluvia de una noche de otoño en mi regazo.

Apnea
He divisado a mi objetivo desde las rocas. Me sumerjo en la inmensidad del mar, desnudo. Las clases de apnea me han dado muy buenos resultados. Cuando estoy debajo de él me acompaso a sus movimientos, cojo el cuchillo que llevo en la boca y rajo su cuerpo... No reacciona, no se lo espera y la lluvia roja paga su tributo al mar. 

Mi destino
Cada mañana cuando me levanto, mi amor duerme al otro lado del mundo, y a la inversa. Ella no lo sabe, yo aún no la conozco, pero en nuestros destinos hay una reserva en el hotel “Amor para siempre”.
Mientras eso llega, me fumo un cigarro, espero no te moleste, amor.

Limpieza de verano
Te eché de casa hace días. Desde entonces he donado tu ropa y he tirado a la basura tu taza del café y tu cepillo de dientes. También me he desecho de tu colección de música. Esta mañana, además de quitar tu nombre del buzón, he terminado de arrancar de mis álbumes de fotos todas las instantáneas en las que apareces.
No quedan indicios de que hayas existido nunca en mi vida y sin embargo esta parte de la almohada sigue oliendo a ti.


Aprendizaje infantil
Aprendió por las malas que no se meten los dedos en los enchufes, que no se comen las galletas recién sacadas del horno y que no se besa a las niñas. Todavía le duele el tortazo que le dio Lucía.

Y quedará la nada
Mi instinto dice que tu perfume ya no es verde; que la mermelada no es música para camaleones; que el néctar dulce del bodoque no existe; que el canto del jilguero nunca más será terciopelo. Mi instinto dice que la soberbia me llevó por caminos equivocados y la ceguera a regresar a un hogar sin chimenea encendida, sin lavanda, sin tu tarareo, sin el quejido chico de la aguja al horadar la tela tensada del bastidor. Mi instinto dice, en fin, que cuando hoy vuelva, desapareceré, como tú, entre las paredes de nuestra casa.

En compañía
Se sentó en su cama y comenzó a susurrarle en voz baja. “Sé que la vida no te está resultando nada sencilla…”, “…que muchas veces te gustaría escapar…”, “…cuando quieres y…, “…puede que creas que…”, “…cuando lo sientas sólo tienes que…”. En ese momento, un soplo frío en su mejilla y un beso tierno, la despertaron del sueño. Abrió los ojos y allí no había nadie. Esbozó una sonrisa. La marca que había dejado sobre las mantas, en la orilla de la cama, le daban paz. Aunque ya hiciera unos meses que no estaba, sabía que nunca la abandonaría.

Tomar el sol
Después de un baño en el mar.
Tumbarte sobre la toalla.
Con la respiración levemente agitada por el esfuerzo de nadar.
Escuchando las olas que rompen en la orilla.
La arena pegada en tus pies mojados, en tus piernas, en los dedos de tus manos.
El sol calienta tu cuerpo con una caricia, lamiendo las gotas, sediento de agua de mar…
El sol inundando tus ojos cerrados, una fuerza amarilla y ardiente.
El frescor y el calor. Simultáneos.
El sol que te muerde.
Pronto sólo queda el calor.
Por eso vuelves a fundirte con tus dos amantes: sol y mar.

Rosa, la de los vientos
Ella sabrá lo que hace. Vino vendiendo vientos de colores. Dice que los azules traen nostalgia, los rojos pasión y los amarillos armonía. Yo le digo que no. Que así no saldrá nunca. El doctor ayer la volvió a evaluar y dijo que no progresaba. Le incrementó la dosis. Ahora está en el jardín. La miro de lejos, no quiero que me relacionen con ella. Yo quiero irme y sé que los vientos amarillos no traen armonía, sino discordia. Pero en algo tiene razón: los verdes traen paz. Hoy le compré uno y corre una brisa que acaricia el alma.

Dentro
No fue la humedad que vi por toda la casa, ni el olor de las nubes densas y grises. Tampoco fue al saborear el repiqueteo de las millones de gotas sobre el suelo del salón, ni siquiera escuchar el chocolate que humeaba en la taza. Fue cuando sentí la tierra mojada limpiar mi piel, entonces supe que lloví.

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