La niña en el ascensor, de Verónica Barra
Abren la puerta, entran, hablan de sus cosas, quizá no se conocen demasiado y preguntan cosas nimias, cada día, una y otra vez las mismas frases:
–Qué calor, esto es horrible
–Si, está haciendo mucho calor este año
O bien:
–Menudo viento, no hay quien suba a tender a la azotea
–Desde luego, yo ayer casi salgo volando.
También están los:
–¿Cómo sigue su madre?
–Bueno, ahí va, peor no está.
Cuando están solos se miran al espejo y dejan sus pensamientos aquí atrapados.
A mí nadie me dice nada, nadie me habla ni cuenta conmigo. Ya me había acostumbrado hasta que la niña del segundo, la nieta de la señora viejita, empezó a hablar conmigo. Desde entonces, a veces nos paramos en medio, casi sin que se note y charlamos un poco, le cuento algún secreto de la comunidad o me cuenta ella cosas de fuera, las que antes solo intuía por las miradas de quienes entraban. Y me sonríe, no al espejo, no a ella, me sonríe a mí.
Estoy temiendo que se acaben las vacaciones, tenga que irse, y se olvide de que un día fue niña.